martes, 9 de septiembre de 2008

La Isla Balsaglú






El niño cruzaba el río azul


como cualquier niño que cruza un río


azul, por su cara y su querer de niño


que cruza un río como podría ser el Nilo,


de Egipto. Soñaba quizás con faraones


y princesas, pinturas de pefil y pirámides;


pero no precisamente eso, no precisamente


era lo que buscaba en su barco sobre ese río


azul que podía ser también el cielo azul,


si es que en el reflejo del agua uno miraba.


Aunque en verdad, todo se reflejaba allí:


los árboles que hacen sombra de orilla, frescas


flores de colores. Podría haber jurado el niño,


que hasta los olores se veían dibujado en ese azul


río que el surcaba con la mirada en horizonte.



Iba en busca de algo ese niño que surcaba ese cielo


de agua, donde flotaba su esperanza e imaginación


de mago saca-conejo vestido con corbata roja.


Algo que había visto en un sueño, una noche, en


un verano con olor a cloro de pileta de vacaciones.



Doce piedras había visto levantarse en esa isla,


cada cual custodiada por una pregunta a descifrar,


una que guardaba la magia de que cualquiera


pudiera encontrarla. Y es que sólo un niño, como


el que con ojos dulces cruzaba por ese río podía


animarse a revelar los doce secretos que se ocultaban


bajo las piedras de la Isla Balsaglú