jueves, 4 de septiembre de 2008

San Antonio, sus Toros y Vaquitas (no ajenas)






San Antonio, un día estaba borracho. Había tomado vino de más, el Sirah le apasionaba tan intensamente que cuando bebía una copa no paraba. Alguna vez un superior le había advertido que iba a tener problemas laborales si seguía tomando esa cantidad de vino. Pero a San Antonio no le importaba mucho, él se regía con el criterio de lo desmedido, y es que no en vano es el santo al que le piden la llegada del amor.

Estaba sentado en su silla de mimbre, con la botella paradita ahí nomás como para que estirando el brazo pudiese tomarla en puño y verter el contenido de color en la transparencia de su vaso. Ya era hora de ir a trabajar: encontrarla novio a esa que hacía años iba a la iglesia pidiendo y pidiendo un muchacho que la cuidase, que la quisiese, que la acariciase con ternura: "muchas pretensiones para el amor" decía San Antonio. "La gente pide y pide, después nunca se acuerdan. Cuando se separan ahí agarrate, te mandan cartas con amenazas y demases. La verdad que si quieren seguridades tendrían que irlas a buscar a otro lado. Yo estoy para otras cosas". San Antonio se sentía algo aburrido de formar parejas, ya iban como 800 años haciendo la misma tarea. Siempre un muchacho correcto para una muchacha correcta. "Aburrido" decía, "son todos aburridos".

Pero ese día, ese día. Se sentía con otro ánimo y empujado por las botellitas de vino tinto lo haría.

"Hoy, no. Hoy me tomo ciertas libertades. Un franco. Algo distinto después de 800 años y no me importa con lo que me venga después el jesusito este".

San Antonio se irguió, miró el horizonte y río. Su barba era extensa y la acariciaba con dulzura. Pensó un rato largo y de repente se le iluminaron los ojos. "Ya sé" dijo, "voy a agarrar a dos que no se la esperan. En vez de a los niñatos aburridos de siempre, voy con algunos que no se lo esperen, que los agarre de sorpresa"

San Antonio bajo a las calles de Buenos Aires, pues la monedita que tiró en el mapamundi había caído justo ahí. Su "trabajo" del día lo haría por esas calles. Arrancó desde Retiro buscando miradas, algunos ojos que le inspiraran algo.

Ya había amancido, eran aproximadamente las 7 y media de la mañana de un día de invierno. Un 27 de Mayo, según escribió en su legajo cuando tuvo que dar explicaciones ante las Santas Ordenes de los Santos.

Por Retiro no encontraba nada, gente que iba y venía atolondrada y nada más. Salió de la estación y se tomó el 106 sin saber muy bien adonde iba. Pensó que quizás un chocolate con unos cigarrillos lo ayudarían en su tarea y a la altura del barrio de Almagro por la calle Córdoba se bajó. Entró en un kiosco y compró lo que lo ayudaría en su trabajo. Salió de ahí silbando mientras abría el paquete de cigarrillos, cuando a las dos cuadras lo vio a él. Enseguida dijo: "a este agarro".

El muchacho caminaba despacio, cantaba una canción de Fito Páez en un volúmen más alto que el convencional de los transeúntes. "Si estás entre volver y no volver". San Antonio se sintió atraído por su presencia. No sabía nada de él, pero lo había elegido y le gustaba que las cosas fuesen así, sin saber mucho dónde iban. Era algo distinto.

Camino rápido por la vereda de enfrente se adelantó a él. Cruzó y volvió en dirección opuesta a donde iba el muchacho. Lo interpeló pidiéndole fuego mientras lo miraba a los ojos. Reafirmó hacia sus adentros: "si, si, es él". Entonces le tocó la mano cuando le devolvió el encendedor.

Él ya estaba, ahora faltaba Ella.

Caminó contento en dirección a la Avenida Rivadavia. Su búsqueda se había restringido ahora a alguien que según su criterio encajase con él. Caminó mientras abría sus chocolates y los masticaba ansioso. Antes de llegar a Rivadavia, ya eran como las 9 de la mañana y el sol de invierno calidecía un poco su rostro. Le dieron ganas de comer algo y vio un chino a mitad de cuadra en una callecita cortada. Entró y ahí fue que la vio a Ella. Compraba algunas cosas que parecían sabrosas. Para dentro se dijo: "ella, ella es para él, lo sé, lo sé". Se acercó despacio para poder observarla mejor y aseverar su dictámen. Cuando estaba a medio metro, le preguntó: "señorita, qué caro está el kilo de tomate, no le parece". Ella sonrió y lo miró dulce: "si, la verdad que está carísimo". Enseguida, viendo sus ojos vio el mismo matiz que había visto en él. Casi sin quiererlo en dos horas ya los había encontrado. Le tocó la mano haciéndose el distraído y se retiró del supermercado sin comprar nada. Tomó un colectivo que lo llevase a retiro para poder volver al cielo sin pensar mucho en lo que le dirían cuando se enterasen de lo que había hecho.

Esa noche ellos se vieron. Tomaron vino juntos. Y fue a eso de las 11 de la noche que San Antonio prendió la velita con la que daba por terminada esa unión. Y fue a las 11 de la noche cuando ellos se miraron casi sin querer, se sostuvieron la mirada, se sonrieron y por adentro pensaron que se encantaban. El tiempo diría, pero San Antonio ya había hecho su trabajo. Y una corriente alterna fluía entre ellos.

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