Hay una historia (siempre) detrás de esos piecitos descalzos
que caminan por tierra anclada y giratoria
jugamos a olvidarla en la continuidad del tiempo
porque recordarla impediría vivenciar la imprudencia
de nuestros ojos atravesados por una luminosa,
pero la hay y nos constituye
Somos: eso. El producto de la multiplicidad de colores
que resguardamos en algún momento
y lo sacamos a relucir -aunque no lo sepamos-
en cada ancla que hacemos con las manos.
(tengo ahora, una hondura en el pecho
interminable e iluminada
podría enunciarte y recitarte sin vergüenza
cada parte de tu cuerpo)
Hay un espacio abierto también, donde circula el aire
que se dice que como viento y cada tanto silba en los oídos
un sonidito que me recuerda a una canción triste
y me pone en la piel como un vestido de rocas o algo así
aunque también me emborracha con formas de siluetas
que se despliegan sobre un silencio extraño que
me provoca y me provoca.
(sigo con esa firme hondura irresoluble
que será mi compañera
por hoy y cuántos días más)
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