I
La felicidad en el epicentro del estado vital,
tiene la fragilidad delgada de la hoja de vidrio
y a veces son dos o tres argumentos,
con nombres de fantasmas y manos de angustia,
lo necesario para tirar la piedra que toma sol
a la pulverización de su entidad.
II
Pero vos, con tus patas de conejita blanda,
con tu viento de anticiclones viniendo siempre viniendo
a mi cabellera poco anunciada,
con tu sangre tibia sobre mi piel
aclarando mi tosca temperatura,
con tus manos de sanadora, de fruta fresca y dulce.
III
Siendo vos todo eso que sos,
yo no me permitiría ni la piedra, ni la caída,
ni la renuncia al cielo eclipsado.
1 comentario:
Un instante después de mirarnos así, yo ya era otra. Es una de esas poquísimas cosas felizmente irreversibles.
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