miércoles, 19 de noviembre de 2008

Paseo





I


La felicidad en el epicentro del estado vital,


tiene la fragilidad delgada de la hoja de vidrio


y a veces son dos o tres argumentos,


con nombres de fantasmas y manos de angustia,


lo necesario para tirar la piedra que toma sol


a la pulverización de su entidad.



II


Pero vos, con tus patas de conejita blanda,


con tu viento de anticiclones viniendo siempre viniendo


a mi cabellera poco anunciada,


con tu sangre tibia sobre mi piel


aclarando mi tosca temperatura,


con tus manos de sanadora, de fruta fresca y dulce.



III


Siendo vos todo eso que sos,


yo no me permitiría ni la piedra, ni la caída,


ni la renuncia al cielo eclipsado.

1 comentario:

ng dijo...

Un instante después de mirarnos así, yo ya era otra. Es una de esas poquísimas cosas felizmente irreversibles.